Cuentos

A partir del interés de los chicos, les dejamos algunos cuentos para que lean en casa antes de irse a dormir, teniendo en cuenta que la alfabetización familiar es de gran apoyo para el trabajo en la sala

Don Fresquete- Maria Elena Walsh

Había una vez un señor todo de nieve. Se llamaba Don Fresquete.

¿Este señor blanco había caído de la luna? –No.

¿Se había escapado de una heladería? –No, no, no.

Simplemente, lo habían fabricado los chicos, durante toda la tarde, poniendo bolita de nieve sobre bolita de nieve.


A las pocas horas, el montón de nieve se había convertido en Don Fresquete.

Y los chicos lo festejaron, bailando a su alrededor. Como hacían mucho escándalo, una abuela se asomó a la puerta para ver qué pasaba.
Y los chicos estaban cantando una canción que decía así: "Se ha marchado Don Fresquete a volar en barrilete.”

Como todo el mundo sabe, los señores de nieve suelen quedarse quietitos en su lugar.
Como no tienen piernas, no saben caminar ni correr. Pero parece que Don Fresquete resultó ser un señor de nieve muy distinto.

Muy sinvergüenza, sí señor.
A la mañana siguiente, cuando los chicos se levantaron, corrieron a la ventana para decirle buenos días, pero... ¡Don Fresquete había desaparecido!
En el suelo, escrito con un dedo sobre la nieve, había un mensaje que decía:

“Se ha marchado Don Fresquete a volar en barrilete.”

Los chicos miraron hacia arriba y alcanzaron a ver, allá muy lejos, a Don Fresquete que volaba tan campante, prendido de la cola de un barrilete.
De repente parecía un ángel y de repente parecía una nube gorda.

¡Buen viaje, Don Fresquete!


El Malo de la Película - Elsa Bornemann

Wali Berenson era un hombre realmente talentoso, parecía un poco loco quizás por ese extraño habito de andar vestido siempre como fraile franciscano, tan buen mozo y con la capucha puesta impidiendo que se le viera bien la cara. A la empresa Bulkino (la más importante de películas del país) le fascino el libreto “El malo de la película” creado por Wali, su excelente actuación, donde fingía una excelente voz terrorífica, y el excepcional maquillaje preparado por él mismo y que realmente asustaba. Sin perder tiempo los de Bulkino lo hicieron firmar un contrato de filmación por el que le pagaron una muy buena suma y a los tres meses “El malo de la película” se estrenaba en los mejores cines del país.
En el ídolo de multitudes se transformó Wali Berenson, de la noche a la mañana se hizo multimillonario, hicieron muñequitos de acción con su película y luego vino la serie, una extensión de “El malo de la película”donde su compañera sería Dinka Rod en reemplazo de la antigua que no pudo trabajar en la filmación de la serie por estar contratada por otro canal.
La chica se empezó a sentir atraída por Wali y él también por ella pero el no debía enamorarse y empezó a evitar todo contacto con ella. Esto hacia sufrir mucho a Dinka y un día le escribió una carta en la que le preguntaba a Wali por que la trataba así y en esta le confesaba su amor por él, le pedía que se lo explicara cara a cara o al menos en una carta. Luego de leerla Wali se armo de valor y la invitó a cenar en su casa.
En la mesa con el más grande dolor en el alma Wali le explico por que no se le acercaba, le dijo que era porque se había dado cuenta que ella no lo veía como amigo, y por que no quería hacerle daño había estado evitandola, pero lo más importante que no la amaba. Cuando vio que ella comenzaba a llorar, él no aguanto mas y de golpe se paró de la mesa y se dirigió a su cuarto donde empezó a sollozar por el gran dolor que sentía en su corazón ( ya que él la amaba profundamente), él siempre cerraba con llave cada vez que estaba allí, pero esta vez lo olvidó.

Dinka se dirigió a la habitación del joven para despedirse, y cuando abrió la puerta ahí estaba el acostado sollozando y con la capucha descubierta..... Dinka gritó y asustada empezó a gritar ¡Wali es un monstruo! ¡tiene dos caras! Ninguno de los criados de Wali le creyó hasta que él se acerco y con ambas caras hablando a la vez contó su historia de cómo había sido recogido y ayudado por los frailes franciscanos hasta que él pudo emprender su carrera y luego de haber conversado, con tristeza se retiró a su habitación y antes de que los demás llegaran se oyeron dos disparos al unísono.


Mirar la luna - Adela Basch

Una noche de verano sumamente calurosa, una noche de fines de diciembre, salí a tomar aire afuera de la cabaña que ocupaba temporariamente.
La noche era apacible y hermosa. A mi alrededor todo era quietud y en el aire flotaba un no sé qué extraño y fascinante. El cielo estaba totalmente despejado y me pareció un océano lleno de misterios.
De pronto, sin saber por qué, me dieron unas ganas bárbaras de mirar la luna. La busqué y la busqué con la mirada, y nada. No se la veía por ningún lado. Me puse un par de anteojos, y nada. Me los saqué, los limpié cuidadosamente, me los volví a poner... nada.
Recordé que tenía un potente telescopio portátil. Me pasé un rato largo mirando el cielo a través de su lente, pero la luna no aparecía por ningún lado. Ni siquiera opacaba por su presencia.
Nubes no había ni una. Estrellas, un montón. Pero la luna no estaba. Me fijé en el almanaque. Era un día de luna llena. ¿Cómo podía ser que no estuviera? ¿Dónde se habría metido? En algún lugar tenía que estar. Decidí esperar.

Esperé con ganas. Esperé con impaciencia. Esperé con curiosidad. Esperé con ansias. Esperé con entusiasmo. Esperé y esperé. Cuando terminé de esperar miré al cielo, y nada.
Cuando pude sobreponerme a mi decepción, me serví un café. Lo bebí lentamente. Cuando lo terminé de tomar la luna seguía sin aparecer. Me serví otro café. Cuando lo terminé de tomar ya había tomado dos cafés. Pero de la luna, ni noticias. Después del décimo café la luna no había aparecido y a mí se me había terminado el café. Paciencia por suerte todavía tenía.
Consulté las tablas astronómicas que siempre llevaba en la mochila. Eclipse no había. Pero de la luna, ni rastros. Volví a tomar el telescopio. Enfoqué bien, en distintas direcciones.
El cielo nocturno era maravilloso y, como tantas otras veces, me sorprendió mucho encontrar algo que no esperaba ver. Mucho menos en ese momento y en ese lugar. Ahí a lo lejos, entre tantas galaxias con tantas estrellas y tantos cuerpos desconocidos que se movían en el espacio había un pequeño planeta con un cartelito que decía "Tierra". Le di mayor potencia al telescopio y pude ver claramente que en la terraza de mi casa todavía estaba colgada la ropa que me había sacado antes de ponerme el traje de astronauta. Adentro, en el comedor, mi esposo y los chicos comían ravioles con tuco y miraban un noticiero por televisión. En ese momento justo estaban mostrando una foto mía y el Servicio de Investigaciones Espaciales informaba que yo había alunizado sin dificultades.
Me tranquilicé y me quedé afuera, disfrutando serenamente de la noche, mirando todo con la boca abierta, absorta en vaya a saber qué, tan distraída como siempre, totalmente en la luna.

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